¡PUES TAL PARECE QUE VAN A EMPEZAR A CAER LOS PECES GORDOS!
Por: Exorcista Político
En un país donde los altares se llenan de billetes manchados de sangre, ha estallado un escándalo que ni las bocinas de la mañanera podrán disfrazar con letanías de esperanza reciclada.
El hijo predilecto del falso redentor, Andy López Beltrán, ha sido exhibido como el nuevo becerro de oro del huachicol fiscal: no un simple ladrón, sino el gran chupasangre de la Hacienda nacional, el que ordeña al erario con colmillos afilados y deja al pueblo con los bolsillos vacíos y la panza hueca.
Quinientos mil millones de pesos evaporados como incienso maldito, dinero que nunca vio la mesa del obrero ni la medicina del hospital, pero sí los bolsillos de este parásito coronado por el poder de su padre.
El teatro de la “cuarta transformación” se tambalea como templo podrido, porque su heredero de plastilina ha demostrado que el discurso anticorrupción era solo un disfraz barato de carnaval, un maquillaje de payaso en la cara del saqueo.
Mientras nos vendían la fábula de una patria limpia, Andy organizaba un aquelarre de contrabando donde el combustible corría como vino en misa profanada.
Dieciocho mil millones de litros de gasolina ilegal disfrazados de lubricantes y alcoholes, como si el diablo mismo hubiera inventado la alquimia para burlar impuestos.
Y ahí estaban los burócratas podridos de Morena, esos perros de alquiler, cuidando al cachorro real, lamiéndole las botas de oro sucio, protegiendo el festín de corrupción como guardianes drogados en la puerta del infierno.
Las aduanas, entregadas a militares que presumen disciplina de hierro, resultaron ser coladeras oxidadas por donde se cuela el fango del contrabando.
La marina y el ejército, disfrazados de cruzados de la legalidad, terminan como monaguillos de feria, recogiendo las migajas de la corrupción mientras el verdadero banquete se lo traga el niño del caudillo.
No son muros de acero contra el crimen, son cortinas de humo que apenas ocultan el hedor del estiércol. Y en ese hedor se revuelca Andy, vestido de lujo ilícito, bañándose en whisky importado y autos blindados, mientras el pueblo mastica tortillas sin carne y se traga la farsa de que alguien, algún día, combatirá la corrupción.
La hipocresía es tan grotesca que ya no necesita máscaras: el populismo de Morena se desnuda como lo que siempre fue, una iglesia torcida donde el pastor vive en palacios y los fieles rezan en cuartos húmedos.
“Primero los pobres”, gritan con las manos en el bolsillo ajeno, mientras los pobres se pudren en colas de hospitales vacíos.
El huachicol fiscal no es un accidente ni un error: es la doctrina oficial, la hostia consagrada del nuevo evangelio político.
Porque aquí no gobierna un mesías, sino una familia de vampiros que encontraron en la patria un cadáver jugoso para su festín eterno.
Y no me vengan con cuentos de inocencia.
Todos lo sabían.
Todos lo encubrieron.
Todos los que levantan el puño y gritan: ¡Es un honor estar con Obrador! se arrodillan frente al altar del saqueo.
Cada diputado servil, cada senador arrodillado, cada funcionario vendido es cómplice del crimen.
Son los apóstoles de un Cristo falso, los escribas del fraude, los fariseos del populismo.
Han vendido el alma de la nación por un hueso político y un plato de lentejas manchado de petróleo robado.
El marketing de la esperanza se ha vuelto la publicidad de la podredumbre.
La propaganda que antes sonaba a promesa ahora retumba como burla.
¿De qué sirve pintar bardas con palomas blancas si el aire huele a azufre?
¿De qué sirven los discursos de honestidad si el hijo del ungido es el más grande criminal fiscal de la historia mexicana?
Este no es un accidente: es la consecuencia lógica de poner al lobo a cuidar las ovejas, del pueblo entregando las llaves de su casa al ladrón con la sonrisa más amplia.
El Exorcista Político lo advierte desde este púlpito blasfemo: lo que hoy parece un escándalo aislado es en realidad la grieta por donde se asoma el derrumbe completo del templo populista.
No es Andy el único, es el símbolo obsceno de lo que siempre estuvo ahí: un sistema podrido que se viste de virtud, un carnaval de santos de yeso que esconden ratas en el altar.
La cuarta transformación no es transformación: es transfiguración diabólica, un milagro al revés donde el pan se convierte en polvo y el vino en orines.
Y mientras tanto, el pueblo observa, anestesiado por la televisión y las limosnas de programas sociales, como si no entendiera que lo que se les da con una mano se roba multiplicado por mil con la otra.
México no es víctima pasiva: es cómplice en su silencio.
El que aplaude el saqueo porque recibe migajas no es inocente, es esclavo voluntario.
La verdadera traición no está en los despachos de aduanas, sino en las gargantas que aún corean vivas a los verdugos.
Aquí está la profecía negra: no habrá salvación ni perdón.
No hay redención en un sistema que nace de la mentira y se alimenta del robo.
Lo que se avecina no es una purificación, sino una demolición brutal, una caída que arrastrará altares, templos, discursos y credos políticos.
La trompeta ya suena y no anuncia gloria: anuncia ruina.
La máscara se ha caído y lo que queda al descubierto no es un rostro humano, sino un hocico de bestia babeante que nunca dejó de estar ahí.
Y tú, ¿seguirás rezando frente al altar del populismo podrido o tendrás el valor de incendiar la capilla de la mentira?
¿Aplaudirás mientras el hijo del caudillo se traga tu futuro, o encenderás tu rabia como antorcha en esta procesión blasfema hacia el cadalso del sistema?
Decide, porque las campanas ya doblan, y esta vez no hay resurrección posible.
ES CUANTO
Exorcista Político🌿