NUNCA UN POLÍTICO MEXICANO SE ARRASTRÓ TANTO, COMO LOMBRIZ HÚMEDA ENTRE ESTIÉRCOL, PARA ENCARAMARSE EN EL ALTAR DEL PODER, COMO LO HIZO ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR.
Por: Exorcista Político
Dicen los cronistas de lo inútil que en su juventud era un tipo de bajo perfil, casi invisible, como esos estudiantes mediocres que flotan en la orilla de la nada y nunca destacan en nada.
Pero el hambre de poder es más fuerte que la inteligencia, y en ese pantano encontró su alimento.
Fue delegado del Instituto Nacional Indigenista, y allí descubrió el elixir oscuro que lo transformó: el poder.
Desde ese instante entendió que no necesitaba libros, ni ideas, ni logros.
Bastaba con domesticar la miseria ajena, ordeñar la fe del pobre y convertir la desgracia en carnada electoral.
Su biografía es una letanía de derrotas disfrazadas de resistencia.
En el 88 y en el 94 lo aplastaron, pero él se vendió como mártir.
En el 2006 y en el 2012, el “mesías tropical” volvió a caer, pero cada caída fue abonando la leyenda de un Cristo de utilería crucificado por las urnas.
Treinta años repitiendo el mismo rosario de frases gastadas, como un cura de cantina que nunca aprende otro sermón.
Y en 2018, a fuerza de insistir, no por virtud sino por cansancio colectivo, lo hicieron presidente.
Llegó con el resentimiento de un perro apaleado y con la sonrisa torcida de quien por fin puede vengarse.
Prometió acabar con la corrupción, la inseguridad y la pobreza, pero lo único que acabó fue con el equilibrio de poderes y con la poca dignidad que quedaba en Palacio Nacional.
El autoproclamado salvador convirtió la República en su rancho personal: una finca donde los lacayos de Morena ladran consignas, donde la Constitución sirve de papel higiénico, y donde la mentira se volvió religión de Estado.
Su sexto informe fue un evangelio invertido, un rosario de falacias recitadas con voz nasal, como si con repetir que vivimos en el “mejor sistema de salud del mundo” desaparecieran los muertos que agonizan por falta de medicinas.
Cada frase era una hostia envenenada: “ya no hay corrupción”, mientras su familia nada en contratos y privilegios; “ya no hay violencia”, mientras la sangre chorrea en cada esquina; “ya no hay desigualdad”, mientras los pobres siguen siendo carne de cañón para sus campañas.
Andrés Manuel no fue un estadista, fue un predicador de odio con micrófono eterno.
Lo suyo no fue gobernar, sino montar un circo de resentimiento.
La política, para él, fue un altar para su ego enfermo, un púlpito para vomitar frases huecas.
Y ahí están sus huestes: los fanáticos de Morena, convertidos en cruzados del absurdo, defendiendo al “viejo sabio guango” aunque se caiga el país a pedazos.
México no se convirtió en el Edén prometido, sino en un pantano de cadáveres, fosas comunes, hospitales vacíos y escuelas en ruinas.
La corrupción no murió: se mudó de oficina y ahora firma con tinta guinda.
La violencia no se acabó: se multiplicó bajo la sombra cómplice del “abrazos no balazos”.
El país entero es un espejo roto, y López Obrador todavía se atreve a decir que nos dio “paz y justicia”.
Su legado en Tabasco es aún más grotesco: sus paisanos lo recordarán no por obras, sino por desplantes ridículos y frases de cantina.
El primer presidente tabasqueño, sí, pero también el primer bufón en trono que convirtió a la patria en penitencia.
No fue el estadista que soñó el pueblo, sino el loco de Palacio Nacional, ese hechicero decadente que usó la fe del pueblo como leña para alimentar su hoguera personal.
El tiempo lo desenmascaró: no era Moisés guiando a México, era un viejo decrépito disfrazado de profeta, un Judas con micrófono, un predicador que en vez de multiplicar los panes multiplicó las mentiras.
Y ahora su nombre será el estigma de una nación que se dejó embrujar por un resentido.
Y así lo proclamamos desde el púlpito negro del Exorcista Político: Andrés Manuel López Obrador será recordado como el apóstol del resentimiento, el predicador de la mentira, el Judas tropical que besó al pueblo en la frente mientras le robaba el alma.
Su “Cuarta Transformación” no fue un milagro, sino una plaga.
No fue el inicio de una era, sino la profecía cumplida del colapso nacional.
Que su memoria arda como lámpara de advertencia, que su sombra no se borre de los muros de la vergüenza.
Porque la historia no lo absolverá, la historia lo vomitará.
Y cuando las trompetas del Apocalipsis populista resuenen, no anunciarán redención, sino la demolición definitiva de su farsa.
Pregúntate: ¿cuántas veces más permitiremos que un demagogo convierta nuestra miseria en su pedestal?
¿Cuánto tiempo más seremos rebaño de charlatanes que rezan con la Biblia de la corrupción en la mano?
¿Hasta cuándo nos atreveremos a exorcizar el Palacio Nacional de los espíritus podridos que lo habitan?
La respuesta está en tu conciencia: despertar o seguir de rodillas ante los falsos profetas.
ES CUANTO
Exorcista Político🌿