Visión celestial…
En las calles y avenidas, los semáforos inteligentes regulaban la circulación vehicular en orden y pulcritud como en cualquier urbe japonesa…
Doña Chela abrió los ojos que se pusieron del tamaño de un bache, y con el rostro estupefacto y la boca abierta cuál cartera de abonero en día de quincena, se negaba a dar crédito a lo que veía. El trenecito Temu a todo su esplendor, circulando por sus carriles repletos de pasajeros, la mayoría de ellos turistas alemanes, chinos y japoneses que llegaron para constatar el funcionamiento de la novena maravilla del mundo.
En las calles y avenidas “normales”, decenas de autobuses de color guinda, eran conducidos por choferes uniformados, gorra de capitán de barco en la testa, y modales británicos que dejaron tartamudos a quienes se negaron a creer en que la modernización de este servicio ya era toda una realidad.
En las calles y avenidas, los semáforos inteligentes regulaban la circulación vehicular en orden y pulcritud como en cualquier urbe japonesa. Las mujeres, los ancianos y los niños tenían la preferencia y los pasos peatonales se activaban de manera automática cuando la ocasión lo ameritaba.
Ese día, doña Chela sintió que hasta el cielo azul tenía un brillo diferente. Que el sol resplandecía como si estuviéramos en el paraíso, y que los pájaros trinaban de felicidad por tener el privilegio, la dicha extraordinaria de vivir en una “ciudad inteligente”.
“Qué afortunados somos quienes tenemos la oportunidad de disfrutar de los logros verdaderos de un Gobierno que se dedica a trabajar, a dar resultados y a rendir cuentas y no a pelear, perseguir y encarcelar a sus enemigos”, pensaba doña Chela mientras se encaminaba a abordar uno de los modernos autobuses chinos que lo acercara a su unidad habitacional siglo por la calle sexagésima novena manzana 4.
El grito del chofer que había llegado al parque de San Martín, la despertó sobresaltada. Se miró entonces dentro de un autobús viejo, con un chofer con el cabello revuelto, abdomen abultado y voz aguardentosa que gritaba “avancen, avancen, que hay lugar atrás”.
Descendió de la destartalada unidad y ya no vio a los kooshes ni a sus choferes uniformados. Tampoco divisaba por ningún lado el trenecito Temu y el semáforo encendía el color rojo y el verde al mismo tiempo, por lo que dos coches se estamparon de frente y sus conductores se enfrascaron en mentadas de madre.
“Jesús Bendito”, exclamó doña Chela, tan católica y creyente como siempre. “Fue solo un sueño o una pesadilla, la verdad ya no sé, eso me pasa por andar creyendo en las promesas de la Tía que dijo que ya iba a entrar en servicio el tren Temu, los autobuses kooshes y los semáforos inteligentes. Eso nos pasa por creer en demagogas” masculló mientras caminaba rumbo al Parque Principal a la charla vespertina con sus compañeros de tertulia.