SIMULACIÓN E IMPUNIDAD EN LA NARRATIVA OFICIAL ANTE ASESINATOS
Aunque las más de ejecuciones en cuatro años marcan el pulso de la vida pública, las instituciones responsables de la seguridad y la justicia se muestran más preocupadas en administrar relatos que en garantizar resultados, por lo cual en Campeche la violencia se ha convertido en un espectáculo cotidiano.
Y en medio del clima violento, tanto la Fiscalía General del Estado de Campeche como la Secretaría de Protección y Seguridad Ciudadana insisten en sostener la fórmula que criminaliza a los muertos y exonera a las autoridades. Las víctimas estaban ligadas a actividades ilícitas, por eso las mataron.
Sin embargo, cuando la víctima es funcionaria de Morena, el partido en el poder, la historia cambia, pues de pronto los boletines oficiales y las filtraciones a periodistas alineados hablan de error, de confusión, de sicarios que se equivocaron de persona, con lo cual la víctima deja de ser culpable y se convierte en mártir accidental. No es casualidad. Lo que se protege no es la vida, sino la imagen política, con lo cual la justicia se convierte en propaganda.

El aseguramiento de una motocicleta como supuesto avance en la investigación es claro ejemplo de la escenografía institucional. Se simula acción, se vende la ilusión de justicia, pero los asesinos siguen sin rostro ni nombre.
Mientras tanto, la ciudadanía vive con la angustia de que las ejecuciones ocurren en cualquier punto, a cualquier hora y sin que exista una estrategia real para detenerlas.

La contradicción es peligrosa. Un Gobierno que debería centrar su interés superior en proteger la vida y la seguridad de sus ciudadanos decide alterar la realidad para blindar a una fuerza política. La justicia se convierte en un relato selectivo donde unos son criminalizados y otros son víctimas por error, según convenga al poder.
La violencia en Campeche no es un accidente ni un error de cálculo. Es resultado de una impunidad estructural y de instituciones que han renunciado a su deber fundamental, y mientras la narrativa maquilla la sangre, la ciudadanía queda atrapada en un Estado donde la seguridad es ficción y la justicia un montaje.
Vía La Neta.

