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EXPEDIENTE | ¿MUJERES EN MANOS DE UNA MISÓGINA?

Si bien es cierto que Campeche tiene una ancestral fama de que las cosas se hacen al revés, no por eso tenemos que darle la razón a quienes nos han estigmatizado bajo ese concepto, principalmente nuestros vecinos los yucatecos. Y es por ello también que cada vez que podamos revertir esa percepción que se tiene de nosotros, deberíamos hacerlo sin chistar.

Por eso es que no es posible aceptar la autopostulación de la gobernadora Layda Sansores San Román como la “defensora de las mujeres”, papel que lleva por lo menos dos semanas desempeñando, pese a que nadie se lo ha conferido, pues no tiene merecimiento alguno. ¿Ya olvidó que su nombre aparece en el Registro Nacional de Personas Sancionadas en Materia de Violencia Política contra las Mujeres en Razón de Género?

¿Cómo puede Layda Sansores ostentarse como defensora de las mujeres, cuando es ella quien las ha violentado, agredido, dañado y lastimado hasta el cansancio? La gobernanta no tiene el menor mérito, ni el carisma ni la personalidad para presumir que su prioridad es la defensa de las mujeres. Basta revisar sus antecedentes para fundamentar la anterior aseveración.

En Campeche todos la conocen, y por eso es que, fuera de sus aplaudidores y porristas a sueldo que cada martes acuden a su programa a gritarle que “no está sola”, el resto de los ciudadanos se carcajeó con su más reciente ocurrencia de abanderar la lucha de las mujeres.

El discurso de Sansores San Román como “defensora de la libertad de expresión”, como “adalid de las mujeres” y como “la enemiga número uno de la misoginia”, está empantanado. No ha pasado de repetir lo mismo una y otra vez. Goebbeliana por naturaleza, supone que por decir su misma mentira mil veces, algún día le creerán.

Es lamentable que la presidenta Sheinbaum se haya tragado su historia, que sin escuchar la versión de la otra parte afectada, y sin leer lo que la gente piensa de este caso y de los otros ejemplos de censura que han ocurrido en toda la República, haya continuado con la narrativa gubernamental de que lo sucedido en Campeche no es ataque a la libertad de expresión sino misoginia. Debería leer por ejemplo, el reportaje del diario El País de España, al respecto.

Desconocemos si la mandataria campechana tenga algún diplomado, posgrado o estudios de especialización sobre lo que es la misoginia, que a su criterio, es un asunto moderno y de reciente aparición en la vida pública.

Confunde la misoginia con su costumbre de victimizarse. Ella, lo mismo que su amada Marcela, alegan que cada señalamiento público en su contra es un ataque a su condición de mujer, lo cual es totalmente erróneo. Manipulan y mienten al seleccionar algunos fragmentos de los textos que se han publicado en los cuales se le describe físicamente, para proclamar que “eso no es hacer periodismo”.

Lo que más sorprende es que en todos los casos sostiene con total seguridad que el autor de esos textos es el periodista Jorge González, pese a que en ninguna parte del amañado proceso judicial que se siguió en su contra, se comprobó su autoría. La obediente jueza Guadalupe Martínez Taboada acató la instrucción de la gobernadora, e impuso las sanciones que con total cinismo el Consejero Jurídico, Pedro Alcudia Vásquez, adelantó con una semana de anticipación.

Esta aplicación parcial, manipulada y pervertida de “la justicia”, alertó a la opinión pública nacional, y motivó a que el repudio a los excesos de la gobernadora de Campeche llegara al escenario internacional.

De nada sirvieron sus pruebas, pues quien inició toda esa andanada de adjetivos descalificativos, insultos y ofensas contra sus adversarios políticos, contra los periodistas, contra los policías rebeldes y contra los ciudadanos en general (por ejemplo, llamó “animales” a todas las suegras), fue la propia Sansores San Román, a quien le encanta insultar, pero considera delito que se le responda en los mismos términos.

“Las heridas que deja la misoginia no se quitan”, pontificó Sansores San Román desde su trono de la infalibilidad, y tal vez tenga razón en parte, como podrán probar las más de 100 mujeres policías a las que despidió con prepotencia y sin respetar sus derechos humanos y laborales. Esa herida misógina que les propinó Layda Elena, sin duda alguna que la llevarán por siempre.

Lo aberrante de todo esto es que quien más ha dañado a las mujeres, la que más las ha lastimado y agraviado, hoy se excusa en la misoginia para reprimir la libertad de expresión, y para atacar a un medio de información al que obligó a cerrar para que deje de criticarla. 

Y lo peor es que con total cinismo, quien integra el Registro Nacional de Personas Sancionadas en Materia de Violencia Política contra las Mujeres en Razón de Género pretende ostentarse como la defensora de las mujeres, como la enemiga pública número uno de la misoginia. Nadie le cree y de sus pronunciamientos se ríen hasta quienes, con chayote de por medio, le gritan rabiosamente que “no está sola…”

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