Opinión

EL ABRAZO QUE GENERÓ UNA NACIÓN 

Por: Víctor Collí Ek

En el valle de Acatempan, donde los pinos susurran historias de guerra, un 10 de febrero de hace 204 años, la posibilidad existencial del encuentro de dos caudillos que finalizará con un abrazo, está a punto de gestar su trascendental efecto.

Vicente Guerrero, nacido en Tixtla, creció entre las montañas de la Sierra Madre del Sur. Hijo de Pedro Guerrero, un arriero y Guadalupe Saldaña, aprendió desde niño el valor del trabajo duro y la justicia. Las historias de opresión y desigualdad que escuchó en los caminos de la arriería moldearon su espíritu rebelde. La tierra agreste de Guerrero le enseñó a ser resiliente, a conocer cada vereda, cada escondite, cada forma de sobrevivir.

Agustín de Iturbide, nacido en Valladolid -ahora Morelia- hijo de José Joaquín de Iturbide y María Josefa de Arámburu, creció en la opulencia criolla. Su educación privilegiada y su temprana carrera militar le dieron una visión estratégica del poder. Las calles empedradas y los salones de la alta sociedad formaron su habilidad política, su comprensión de las intrigas del poder. 

Guerrero, observando la calle exclama. Esta tierra que usted ve desde la altura de su caballo Coronel, la conozco desde sus entrañas. Cada arroyo, cada monte ha sido testigo de nuestra lucha.

Iturbide, desmontando de su caballo responde. Y desde esas alturas que menciona Don Vicente, he aprendido a ver más allá de lo que me enseñaron. La Nueva España ya no puede seguir siendo gobernada desde un trono distante.

Los caminos de arriería me mostraron un pueblo sufriente, pero orgulloso. No puedo traicionar esa esperanza. ¿Qué puede entender un hombre de su cuna sobre las necesidades del pueblo? Interroga Guerrero, pensando en su infancia.

Los salones de Valladolid me enseñaron el arte de la política, pero las batallas me mostraron la realidad de nuestras tierras. Más de lo que cree Don Vicente. He visto cómo la división nos debilita, afirma Iturbide.

Usted creció entre privilegios, yo entre carencias. ¿Cómo podríamos entendernos? Interpela el hijo del arriero.

Iturbide sentencia. Precisamente por eso. Mi origen me dio el conocimiento del sistema, el suyo la comprensión del pueblo. ¿No ve que juntos podríamos crear algo nuevo?

Los dos hombres contemplan a las tropas que esperan en las colinas. En sus mentes, las imágenes de sus vidas pasadas se entremezclan con la visión de futuro.

Guerrero, viajando en sus pensamientos a Tixtla afirma con suspiro. Las montañas me enseñaron a luchar, quizás ahora me enseñen a construir.

Ocupado en un recuerdo fugaz de Valladolid, contesta Iturbide. Los salones me enseñaron a negociar, pero esta tierra me ha enseñado a ser mexicano.

Guerrero, reflexionando sobre lo que puede ser positivo en este encuentro indica. La religión une al pueblo, la independencia nos da libertad y la unión nos hace fuertes. Estas garantías podrían ser el puente entre nuestros mundos.

A lo que Iturbide aprovecha a contestar. Y más que eso, son la base de una nación donde criollos, mestizos, indígenas y peninsulares puedan vivir sin temor. Donde la fe sea respetada, la libertad conquistada y la paz preservada. Pero de pronto haciendo una pausa expresa. Hay algo más que debemos discutir…la forma de gobierno.

Guerrero, con cautela inquiere. ¿Qué propone?

Una monarquía constitucional, responde Iturbide. Ofrecer el trono a Fernando VII o a otro príncipe de la Casa Borbón. Esto daría legitimidad a nuestra causa y tranquilizaría a quienes temen una ruptura total.

Guerrero, con el ceño fruncido pregunta. ¿No sería eso mantener las cadenas que intentamos romper?

¡No si establecemos un congreso mexicano que limite el poder real! Afirma vehemente Iturbide. ¡La monarquía sería el puente entre lo viejo y lo nuevo, una transición ordenada hacia la libertad!

Guerrero, pensando en la década que ha pasado, donde se ha derramado tanta sangre en la Nueva España, responde. El pueblo anhela la independencia, pero también teme el caos. Quizás una monarquía constitucional…

Iturbide lo interrumpe sin quererlo. Este será el corazón del Plan de Iguala. Las tres garantías como base, una monarquía moderada como estructura, y un ejército unificado como guardián.

Pero ¿Y si los Borbones rechazan la oferta? Pregunta Guerrero.

Iturbide, con una mirada mordaz exclama. Entonces México decidirá su propio destino y quién debe guiarlo.

Guerrero, más convencido ahora de la idea profiere. El Plan de Iguala nacerá de este encuentro…de la unión de realistas e insurgentes. 

A lo que Iturbide complementa. Y será proclamado en Iguala, donde el Ejército Trigarante jurará defender estas promesas.

El abrazo que sigue no solo es la unión de dos líderes, es  el abrazo de dos Méxicos, una pieza clave de nuestra independencia, con las montañas de Acatempan como testigos.

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