MANZO DENUNCIÓ E IDENTIFICÓ A SU SICARIO PERO EL ESTADO LO LIBERÓ MESES ANTES, REVELAN
La persona que le quitó la vida al alcalde de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, en plena Fiesta de las Velas, fue denunciada por el propio edil en julio de dos mil veinticinco de estar vinculado con delitos graves, y aunque lo detuvieron y pusieron a disposición de la autoridad ministerial, lo liberaron meses antes de la ejecución, por la cual, según fuentes federales y el periodista Luis Chaparro, el Cártel Jalisco Nueva Generación prometió cincuenta mil pesos.

La noche del sábado primero de noviembre de dos mil veinticinco, Uruapan dejó de celebrar el Día de Muertos para convertirse en escenario de la ejecución política del alcalde independiente Carlos Manzo Rodríguez mientras encendía la llama simbólica de la Fiesta de las Velas. El crimen, perpetrado ante decenas de testigos, expuso la fragilidad del Estado frente al crimen organizado y la indiferencia institucional que lo rodeó.

EL SICARIO: OSVALDO GUTIÉRREZ VÁZQUEZ, ALIAS “EL CUATE”
Horas después del atentado, autoridades federales y la Fiscalía de Michoacán identificaron al agresor como Osvaldo Gutiérrez Vázquez, joven originario de Apatzingán y familiar de “El Prángana”, operador del Cártel Jalisco Nueva Generación. Osvaldo fue abatido durante la persecución inmediata, pero su perfil revela una historia más profunda: desde niño creció entre símbolos del narco, compartiendo en redes sociales imágenes de caravanas armadas, vestimenta criminalizada y hasta una foto con un payaso que sostiene una motosierra.
Un perfil de Facebook vinculado al agresor muestra fotografías de dos mil veintidós donde aún era menor de edad. La violencia no lo encontró de adulto: lo formó desde la infancia.
MANZO LO DENUNCIÓ EN JULIO: EL ESTADO LO LIBERÓ, EL CRIMEN LO USÓ
En julio de dos mil veinticinco, el propio alcalde Carlos Manzo publicó en sus redes sociales una fotografía de Osvaldo Gutiérrez Vázquez, alias “El Cuate”, a quien señaló públicamente por estar vinculado a delitos graves como extorsión, secuestro, lesiones y homicidio en Uruapan. Fue detenido y puesto a disposición de la autoridad ministerial. Días después, fue liberado.
La imagen, que circuló ampliamente en medios locales, no era una advertencia cualquiera: era un llamado desesperado de un alcalde que sabía que lo estaban cazando. Manzo no solo lo identificó, lo denunció, lo exhibió. El Estado lo soltó.
Cuatro meses después, Osvaldo Gutiérrez ejecutó al alcalde en plena Fiesta de las Velas.
EL PRECIO DE UNA VIDA: CINCUENTA MIL PESOS
Según fuentes federales y el periodista Luis Chaparro, el Cártel Jalisco Nueva Generación habría prometido cincuenta mil pesos a los sicarios por el asesinato de Manzo. El pago, dividido entre dos adolescentes sin experiencia, nunca se concretó. No había plan de escape, vehículo ni ruta prevista. Solo una orden y una bala.
MANZO, EL ALCALDE INCÓMODO
Carlos Manzo no era un alcalde cualquiera. Desde su toma de protesta en septiembre de dos mil veinticuatro, prometió romper el pacto tácito con el crimen organizado. Patrulló carreteras, se puso chaleco antibalas y denunció públicamente a extorsionadores, entre ellos al propio Osvaldo Gutiérrez, detenido y liberado meses antes. “No quiero ser un alcalde más de los ejecutados”, dijo días antes de su muerte.
Su valentía incomodó. Su activismo mediático, sus llamados desesperados al Gobierno Federal y su denuncia constante del abandono estatal calentaron la plaza. El Estado lo ignoró. Y en ese abandono, se volvió cómplice involuntario del crimen.
EL SILENCIO OFICIAL
La presidenta Claudia Sheinbaum tardó más de doce horas en condenar el asesinato. El subsecretario de Estado de Estados Unidos, Christopher Landau, ofreció condolencias antes que ella. El gabinete de seguridad se reunió de emergencia, pero la retórica hueca no explica cómo asesinaron a Manzo con protección federal.
¿Dónde estaba esa protección? ¿Quién lo mandó matar? ¿Quién responde por el arma vinculada a otros dos homicidios en Uruapan? ¿Por qué se ignoraron sus llamados?
PADRES, REVISEN EL COMPORTAMIENTO DE SUS HIJOS
La historia de Osvaldo Gutiérrez no es solo la de un sicario. Es la de un niño que creció entre símbolos de violencia, que fue absorbido por una cultura criminal que se normaliza en redes, en barrios, en silencios. Es también una advertencia: la violencia no empieza con la bala, sino con la indiferencia.
Vía: La Neta

