Expediente

EXPEDIENTE | ¿QUIÉN CORRIGE O CONTROLA A LA GOBERNADORA?

Como la fábula del cascabel y el gato, alguien tiene que asumir la responsabilidad de evitar que la gobernadora de Campeche siga incurriendo en ridiculeces y declarando barbaridades. Le ha salido muy costoso el control de los daños, y lo peor es que no se corrigió nada. La imagen pública de Layda Sansores está cada vez más deteriorada.

La desesperación por “recomponer” su más reciente desfiguro al insultar a las mujeres pobres e indígenas, calificándolas como “lo peor que le puede pasar a una persona”, fracasó estrepitosamente. ¿Quién habrá sido el estúpido que le sugirió tales ideas?

Hay que aclarar que nadie sacó de contexto el discurso de Layda Sansores ante la presidenta Sheinbaum. Nadie manipuló nada, vaya, ni siquiera se incitó al odio o a la violencia en su contra. Sus palabras fueron literales, ahí está el video como prueba. No venía al caso sobajar de esa manera a las mujeres indígenas.

Querer culpar después a los medios y a los periodistas alegando que supuestamente manipularon sus palabras, fue un despropósito tan inútil como estúpido. El video original ya había dado la vuelta al mundo. Peor fue querer presentar a la señora Sansores como “ejemplo de mujer, indígena y pobre”. Insistimos, ¿de quien fue la estúpida idea?

Leamos unos párrafos de la nota firmada por un tal Alejandro Cansino, y publicada en “El Mexicano” (seguramente es un medio de amplia penetración), para que entendamos hasta qué nivel llegaron los intentos por corregir, reencausar o recomponer el sentido de esa muy, pero muy desafortunada declaración:

“La gobernadora de Campeche, Layda Sansores San Román, compartió recientemente una reflexión personal sobre los desafíos que ha enfrentado en su vida debido a su condición de mujer, indígena y pobre. En un evento público, destacó que ser mujer, indígena y pobre es ‘lo peor que te puede pasar en la vida’, resaltando las barreras y estigmas que ha tenido que superar”.

“Sansores recordó su infancia y juventud en un entorno de limitaciones económicas y sociales, donde su origen indígena y su género parecían determinar su destino. A pesar de estos obstáculos, logró sobreponerse y alcanzar una posición destacada en la política de su Estado, convirtiéndose en un ejemplo de superación para muchas personas que enfrentan situaciones similares”.

“La mandataria enfatizó que su experiencia le ha dado una perspectiva única sobre la importancia de las políticas públicas inclusivas y el apoyo a sectores vulnerables. “He vivido en carne propia lo que significa ser discriminada por ser mujer, por ser indígena y por venir de una familia pobre”, afirmó, subrayando la necesidad de trabajar hacia una sociedad más justa e igualitaria”.

Estamos absolutamente seguros que el firmante de esa nota no conoce a Layda Sansores. Solamente así se entendería que la presentara primero, como mujer indígena, tiene orígenes, sí, pero se los ha ido quitando a pesar de sus ternos floreados que presume con mucha frecuencia, y las palabras en maya que mal balbucea.

Tampoco jamás, en ningún segundo de su existencia ha tenido limitaciones económicas, nació millonaria. Mucho menos ha tenido que luchar por su cuenta para salir adelante, porque su primer empleo, como diputada plurinominal, se lo regaló el expresidente Carlos Salinas de Gortari, según confesó públicamente.

En este contexto, debemos destacar algo muy importante: ¿tenían Layda Sansores y sus asesores que difundir mentiras para tratar de justificar la ofensa que sí le dijo a las mujeres indígenas y pobres? ¿Con mentiras pretendían sembrar una verdad? Obviamente que eso es imposible.

Por eso es trascendental responder a la pregunta que encabeza esta columna: ¿Quién corrige o controla a la gobernadora? ¿Hay alguien con autoridad suficiente para conducirla por los senderos correctos a fin de que deje de tropezarse a cada rato con las estupideces que dice o que hace?

Nos parece imposible que ese papel lo pueda jugar don Romeo Ruiz Armenta, su “amante legítimo”, quien, según ella ha confesado, es de los que le han llamado la atención sobre sus acciones, o uno de los que tiene el privilegio de ser escuchado y ocasionalmente atendido por la mandataria. Pero, ¿está interesado el embajador de México en Guatemala en impedir que su mujer siga cometiendo tantas sandeces?

Del sobrino Gerardo Sánchez Sansores no podemos esperar mucho, no solo porque carece de capacidad para controlar a su tía, sino porque su poder es limitado. No ha podido, por ejemplo, sentar en la banca a Marcela, porque claramente le ordenaron que “con ella no se meta”. Además ¿cómo podemos pedirle a alguien que corrija la conducta de otra, cuando la propia anda por pésimos pasos?

Tampoco creemos que Marcela tenga capacidad para reencausar a su querida jefa. Para empezar, ella está más perdida y su desempeño ha sido igual o peor de nefasto. Así las cosas ¿quién se avienta el trompo a la uña?

Porque no se trata de intentar recomponer las cosas después que se ha regado el tepache. Es imposible reconstruir lo que se destruye por la incapacidad, la senilidad o la pura estulticia. Lo que deben hacer sus asesores es evitar que lo siga haciendo. Pero parece que no hay nadie con la suficiente capacidad de lograrlo.

No se arreglan las cosas culpando a los medios de información o a los periodistas de manipular con malicia un pésimo discurso. El pueblo no es tonto, y la opinión pública tampoco es tan manipulable. Tal vez sea necesario ofrecer disculpas públicas, y cuidar con más esmero la pulcritud de los discursos, de los pronunciamientos o de las acciones que realicen. Ya la ha regado demasiado.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *