Opinión

PLATÓN Y MAQUIAVELO | TERTULIA FILOSÓFICA SOBRE NICARAGUA

POR: VÍCTOR COLLÍ EK

En una cafetería etérea, en algún lugar entre el Mundo de las Ideas y el Infierno de la Realpolitik, nos encontramos a Maquiavelo y a Platón platicando sobre el último cambio constitucional en Nicaragua -de hace unos días- aquél donde Daniel Ortega crea una “Copresidencia” con su esposa.

Maquiavelo, jugueteando su expreso sonríe con admiración y orgullo: “¡Brillante! ¿Ves, mi querido Platón? Ortega ha logrado lo que siempre predije, el poder absoluto vestido con ropajes de legitimidad y sin derramar una sola gota de sangre.”

Platón, ajustándose su túnica y mirando con deseo su vino diluido con agua, responde: “¿Brillante? Esto es precisamente lo que temía cuando escribí La República. El tirano que emerge de la democracia, pero con un giro un tanto perverso, ahora son dos y unidos en matrimonio.”

“Ah, pero ahí está la genialidad”, le interrumpe Maquiavelo, inclinándose hacia adelante con entusiasmo. “Ha creado un nuevo Príncipe, o debería decir Príncipes”, sonríe sardónicamente, “uno que mantiene las formas republicanas, mientras ejerce un poder monárquico, usando a la constitución como su espada y su escudo.”

Platón sacude la cabeza apesadumbradamente: “Esto es lo que sucede cuando permitimos que los sofistas, tus herederos modernos Nicolás, conviertan a la ley fundamental en un juego de palabras. Han corrompido mi ideal de rey filósofo, transformándolo en una pareja de autócratas que juegan a ser constitucionalistas.”

“¿Y no es eso exactamente lo que el poder requiere?”, replica Maquiavelo. “Tu república nunca existió. La mía, en cambio, como una sombra del ideal, vive y respira en Nicaragua. Ortega ha entendido que el poder duradero requiere legitimidad formal, y ¿qué mejor legitimidad que una constitución, como un traje sastre, hecha a la medida?”

“Por Cronos y Rea, Nicolás”, suspira Platón. “¿No ves que esto es exactamente por lo que la democracia necesita guardianes? Han convertido a la constitución, que debe ser el reflejo de la Justicia, en una herramienta del poder personal.”

Maquiavelo sonríe mientras pide otro expreso, solo que esta vez, cortado. “Los guardianes también necesitan ser guardados, mi ingenuo amigo. Al menos Ortega es honesto en su deshonestidad, ha mostrado que la constitución es lo que siempre ha sido, un instrumento del poder.”

“¿Y eso te parece bien?”, pregunta el ancho de espaldas, su voz teñida de tristeza. “¿Este mundo donde las leyes son arcilla en manos de los poderosos?”

“No se trata de bien o mal”, responde Maquiavelo, afirmación que ha transformado su nombre en adjetivo, “se trata de la verdad. Tu república ideal nunca existirá, pero mis lecciones sobre el poder, esas permanecerán. Nicaragua es solo el más reciente capítulo.”

Mientras los observamos debatir, no podemos evitar pensar que ambos tienen su parte de razón y ahí radica la tragedia. El idealismo platónico nos da la brújula moral para reconocer la perversión constitucional nicaragüense, mientras que el realismo maquiavélico nos ayuda a entender cómo es posible.

Y aquí estamos en 2025, viendo cómo los fantasmas de estos dos gigantes del pensamiento político siguen batallando desde un café en las calles de Managua, donde la constitución, ese noble ideal platónico, se ha convertido en el más efectivo manual maquiavélico.

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