EL DILEMA MEXICANO SOBRE LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN LA ERA DIGITAL
Por: Víctor Collí Ek
Mientras navegas por redes sociales esta tarde, quizá te encuentres con discursos polarizantes sobre las próximas políticas del gobierno, debates encendidos sobre seguridad pública o desinformación viral sobre la migración centroamericana. Esta realidad digital que vivimos en México nos plantea una pregunta urgente. ¿Dónde trazamos la línea entre la libertad de expresión y el discurso que amenaza nuestra frágil democracia?
Una reciente conferencia del juez Marko Bošnjak del Tribunal Europeo de Derechos Humanos ofrece perspectivas valiosas para nosotros. En ella, Bošnjak contrasta dos visiones de la libertad de expresión que actualmente compiten por influir en nuestro panorama legal mexicano.
El modelo estadounidense, que muchos políticos y comunicadores mexicanos admiran, considera la libertad de expresión casi sagrada. Bajo esta visión, prácticamente cualquier discurso debe protegerse, incluso aquel que promueve el odio o falsedades. La solución para el mal discurso, argumentan, es más discurso.
En contraste, el modelo europeo surgió de las traumáticas lecciones de la Segunda Guerra Mundial. Los europeos aprendieron dolorosamente que las democracias pueden destruirse desde dentro cuando el discurso de odio se normaliza sin restricciones. Como señala Bošnjak, citando a un resistente francés: “Las democracias no se convierten en estados nazis de la noche a la mañana. El mal opera astutamente, suprimiendo libertades una por una”.
Para México, estas diferencias no son mera teoría. Cuando figuras públicas difunden mensajes xenófobos contra migrantes centroamericanos, cuando se normaliza el discurso violento contra periodistas, o cuando la desinformación política inunda nuestras redes, enfrentamos las consecuencias directas de cómo regulamos la expresión.
El enfoque europeo ofrece lecciones importantes. El Tribunal Europeo analiza cada caso considerando su contexto. Por ejemplo, protegió a un periodista que entrevistó a neonazis, porque estaba informando críticamente sobre extremismo, pero condenó a un político que distribuyó propaganda anti-inmigrante, porque desde su posición de poder legitimaba el odio.
En México, donde la democracia aún se consolida y donde la violencia verbal frecuentemente precede a la física, el balance europeo resulta instructivo. Nuestra sociedad pluricultural, con profundas desigualdades históricas, necesita tanto proteger la expresión crítica, como evitar que el discurso de odio margine aún más a grupos vulnerables.
Pensemos en los discursos sobre pueblos indígenas, comunidades LGBT+ o migrantes que circulan en nuestros medios y redes. Cuando estos discursos deshumanizan sistemáticamente, ¿realmente fortalecen nuestra democracia? Cuando nuestras plataformas digitales amplifican desinformación durante procesos electorales, ¿el “mercado de ideas” funciona efectivamente?
El modelo europeo nos recuerda que la libertad de expresión no existe aislada, sino como parte de un sistema donde también importan la dignidad humana, la igualdad y la participación democrática de todos. Para México, que ha experimentado extremos de censura y también discursos que alimentan divisiones, encontrar este balance es fundamental.
Como sabiamente señaló Bošnjak: “Para cada problema complejo existe una solución simple, clara y equivocada”. La libertad de expresión en nuestra era digital representa precisamente ese tipo de complejidad, especialmente en un contexto mexicano donde la democracia y el estado de derecho enfrentan desafíos constantes.
Los mexicanos tenemos la oportunidad de construir un modelo propio que aprenda tanto de la tradición estadounidense como de la europea, pero adaptado a nuestra realidad social, historia y aspiraciones democráticas. Un modelo que proteja vigorosamente el periodismo crítico y la disidencia política, mientras reconoce que algunas formas de expresión pueden erosionar los fundamentos de la convivencia democrática, que apenas estamos construyendo.
La próxima vez que participes en un debate acalorado en redes sociales o escuches discursos divisivos en medios, pregúntate. ¿Este intercambio fortalece nuestra democracia o la debilita? La respuesta podría ayudarnos a definir el México digital que queremos construir.